lunes, 6 de noviembre de 2006

De mujeres de ojos grandes II

Tía Jose Rivadeneira tuvo una hija con los ojos grandes como dos lunas, como un deseo. Apenas colocada en su abrazo, todavía húmeda y vacilante, la niña le mostró los ojos y algo en las alas de sus labios que parecía una pregunta.
-¿Qué quieres saber?- le dijo la tía Jose jugando a que entendía ese gesto.
Como todas las madres, tía Jose pensó que no había en la historia del mundo una criatura tan hermosa como la suya. La deslumbraban el color de su piel, el tamaño de sus pestañas y la placidez con que dormía. Temblaba de orgullo imaginando lo que haría con la sangre y las quimeras que latían en su cuerpo.
Se dedicó a contemplarla con altivez y regocijo durante más de tres semanas. Entonces la inexpugnable vida hizo caer sobra la niña una enfermedad que en cinco horas convirtió su extraordinaria viveza en un sueño extenuado y remoto que parecía llevársela de regreso a la muerte.
Cuando todos sus talentos curativos no lograron mejoría alguna, tía Jose, pálida de terror, la cargó hasta el hospital. Ahí se la quitaron de los brazos y una docena de médicos y enfermeras empezaron a moverse agitados y confundidos en torno a la niña. Tía Jose la vio irse tras una puerta que le prohibía la entrada y con aquel dolor como un acantilado.
Ahí la encontró su marido, que era un hombre sensato y prudente como los hombres acostumbran fingir que son. Le ayudó a levantarse y la regañó por su falta de cordura y esperanza. Su marido confiaba en la ciencia médica y hablaba de ella como otros hablan de Dios. Por eso lo turbaba la insensatez en que se había colocado su mujer, incapaz de hacer otra cosa que llorar y maldecir su destino.
Aislaron a la niña en una sala de terapia intensiva. Un lugar blanco y limpio al que las madres sólo podían entrar media hora diaria. Entonces se llenaba de oraciones y ruegos. Todas las mujeres persignaban el rostro de sus hijos, les recorrían el cuerpo con estampas y agua bendita, pedían a todo Dios que los dejara vivos. La tía Jose no conseguía sino llegar junto a la cuna donde su hija apenas respiraba para pedirle: “no te mueras”. Después lloraba y lloraba sin secarse los ojos ni moverse hasta que las enfermeras le avisaban que debía salir.
Entonces volvía a sentarse en las bancas cercanas a la puerta, con la cabeza sobre las piernas, sin hambre y sin voz, rencorosa y arisca, ferviente y desesperada. ¿Qué podía hacer? ¿Por qué tenía que vivir su hija? ¿Qué sería bueno ofrecerle a su cuerpo pequeño lleno de agujas y sondas para que le interesara quedarse en este mundo? ¿Qué podría decirle para convencerla de que valía la pena hacer el esfuerzo en vez de morirse?
Una mañana, sin saber la causa, iluminada sólo por los fantasmas de su corazón, se acercó a la niña y empezó a contarle las historias de sus antepasadas. Quienes habían sido, que mujeres tejieron sus vidas con que hombres antes de que la boca y el ombligo de su hija se anudaran en ella. De que estaban hechas, cuantos trabajos habían pasado, que penas y jolgorios traía ella como herencia. Quienes sembraron con intrepidez y fantasías la vida que le tocaba prolongar.
Durante muchos días recordó, imaginó, inventó. Cada minuto de cada hora disponible habló sin tregua en el oído de su hija. Por fin, al atardecer de un jueves, mientras contaba implacable alguna historia, su hija abrió los ojos y la miró ávida y desafiante, como sería el resto de su larga existencia.
El marido de tía Jose dio gracias a los médicos, los médicos dieron gracias a los adelantos de su ciencia, la tía abrazó a su niña y salió del hospital sin decir una palabra. Sólo ella sabía a quienes agradecer la vida de su hija. Sólo ella supo siempre que ninguna ciencia fue capaz de mover tanto, como la escondida en los ásperos y sutiles hallazgos de otras mujeres con los ojos grandes.


(Ángeles Mastretta)

De mujeres de ojos grandes I


8 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Pero qué libro es este! ¿Acaso el que me dijiste?

Que estupendo...

Chipsoni@ dijo...

Si, es el que te comenté, busca en 'otras artes' otro cuento que colgué del mismo libro, que cuenta algunos de los asperos y sutiles hallazgos de 2 de las mujeres de ojos grandes de la familia de la tía Jose.

ninfasecreta dijo...

Precioso... y eso que el cuento no es un género de mi preferencia...

Chipsoni@ dijo...

Leete el libro entero si tienes tiempo.
Es preciosisimo.

Anónimo dijo...

¿Podrías decirme de qué libro hablas? Me ha picado la curiosidad.

Gracias.

Chipsoni@ dijo...

El libro se llama 'Mujeres de ojos grandes' y la autora es Angeles Mastretta.
Es una preciosidad cuento a cuento, merece la pena.

No hay de que, encantada de que te pases por aqui.

Un beso.

Leticia dijo...

Visito tu blog frecuentemente y decidí presentarme. Me llamo Stella, vivo en Brasil, doy clases de español. Encontré tu blog justo cuando buscaba "Mujeres de Ojos Grandes", el trecho que mis alumnos tenían que estudiar en Planeta 3 está difícil de leer, para no tener que tipearlo lo busqué en el google y llegué a tu blog. Me encantaron tus textos (plagios o copias o inventados), uno también tiene que saber elegir lo que pone y vos tenés ese don.
Un abrazo,
Stella

Chipsoni@ dijo...

Pues bienvenida y muchas gracias por pasarte y por los cumplidos, Stella.