
Cuando llegué a Bariloche,
el 13 de Abril,
lo primero que pensé fué:
¡Esto parece Suiza!
Contraté las tipicas excursiones, los "must see", porque pensé que como iba a estar 5 días, podría dejar para el final los dias libres y volvería a visitar por mi cuenta y con más tranquilidad, aquello que más me hubiese gustado.
Así salí a recorrer los grandes lagos.

Todo lo que vi no hizo más que reafirmarme en mi sensación y algo nuevo empezó a anidar en mi corazoncito, pero antes de tomar ninguna decisión o ponerle nombre a la cosa, decidí seguir mi guión inicial un poco más. No soy mujer de flechazos.

Visité lagos, montañas, volcanes extintos, cordilleras, glaciares blancos y negros, rios y embalses.

Pero la lista continuaba y continuaba y parecía que las maravillas que aquel sitio guardaba para mi no acababan nunca así que paré; no quería perderme el placer de vivir la ciudad, sus gentes y probar sus chocolates.

Despues de todo eso, visité pueblitos cercanos, recorrí caminos perdidos, paseé por la montaña, alejada de toda luz y perdida en la oscuridad vi un cielo nocturno que nunca había visto más que en fotos y por fin me relajé.
Fue entonces cuando me paré a pensar y me di cuenta de que era lo más parecido al amor que habia sentido jamás por un lugar del mundo, algo similar a lo que sentía por el suelito que me vió nacer, así que decidí alargar un poco más mi estancia en esta maravillosa tierra y disfrutar de sus paisajes.

Y a pesar de saber que lo que me quedaba de viaje podría ser igual de cautivador y que me podría faltar tiempo para disfrutar de algun lugar quizas aún más bello que aquel, seguí paseando, como dicen por allá.


Salí para Mendoza el 19 de Abril.
Confieso: dejé en Bariloche las primeras lágrimas que derramé durante mi pequeña aventurita.
(Fotos de chipsoni@)